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El cómplice pasivo

  • MV
  • 29 abr
  • 2 Min. de lectura

"El silencio de los buenos es más peligroso que la brutalidad de los malvados", advertía Martin Luther King Jr. En su aparente levedad, el cómplice pasivo no traza el delito ni lo consuma; su presencia es un murmullo, un soplo que apenas roza la superficie. Pero su mutismo lleva un peso que resuena en la conciencia colectiva. Es aquel que, con la verdad susurrándole al alma, opta por la penumbra de la omisión, por la mirada que se desvía, por el cobijo de lo conveniente. Este silencio no es un hueco sin culpa; es una elección, un abandono sutil del deber de ser humano. Cada palabra no pronunciada, cada gesto contenido, teje una urdimbre que envuelve la injusticia, apagando la posibilidad de lo justo.


En Chile, el Caso Curauma, conocido por todos pero pronunciado en voz baja, proyecta una luz pálida pero cortante sobre esta complicidad callada. Este laberinto de corrupción institucional, donde el poder y la justicia se enredaron en un vals de sombras, no se sostiene únicamente por quienes torcieron las reglas. También lo apuntalan aquellos que, intuyendo las grietas, prefirieron la quietud: funcionarios que percibieron desvíos pero salvaguardaron su estabilidad, juristas que eligieron el brillo de su prestigio sobre la verdad, ciudadanos que, con un nudo en el pecho, musitaron “no es asunto mío”. Cada silencio es un hilo en la red que protege a los intocables, dejando a los vulnerados en una espera que lastima hondo (pero no mata). 


La astucia de esta pasividad radica en su disfraz de inocencia. El cómplice pasivo se persuade de que no actuar lo mantiene al margen, como si el silencio fuera un espacio neutral. Pero el mundo no es un escenario donde se pueda ser mero espectador; cada inacción moldea su curso, tan poderosa como cualquier gesto. En el Caso Curauma, el periodista que esquiva la verdad por temor a las élites, el vecino que sepulta rumores bajo la rutina, no solo eluden; sostienen un sistema que castiga la valentía y ensalza la indiferencia. Este caso no es un simple relato de corruptelas; es un reflejo que interpela a una sociedad que, en su mutismo, arriesga perder el rumbo hacia lo que es justo.


Pero la historia no está escrita en piedra. Una voz, aunque frágil, puede deshilar la urdimbre de la omisión; un paso, aunque pequeño, puede encender la chispa del cambio. Porque incluso en el silencio más denso, late la posibilidad de elegir otro camino, uno donde la verdad no sea solo conocida, sino dicha.


Abri 2025

 
 
 

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