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Legalidades ilegítimas

  • MV
  • 25 jun
  • 2 Min. de lectura

Hay países donde el desorden se manifiesta en el caos. Y hay otros —como el Chile de hoy— donde el desorden se esconde tras la quietud de las formas, en la apariencia pulcra del expediente sellado, en la firma protocolar, en la sentencia fundada… pero vacía de justicia. El país ha entrado en una fase más sofisticada de deterioro: la institucionalización del abuso, la legalización del despojo, la moral invertida. Un régimen no de ilegalidades abiertas, sino de legalidades ilegítimas.


Se respeta el procedimiento, se pronuncia el fallo, se publica la resolución. Todo parece en regla, hasta que uno observa para quiénes se dictan las normas y contra quiénes operan en la práctica. Lo ilegítimo ya no necesita ocultarse: basta con que se vista de legalidad. Y así, el Estado funciona —porque sigue emitiendo decretos, pagando sueldos y renovando contratos—, pero ha dejado de gobernar con un sentido ético. Es un aparato encendido, pero sin dirección moral.


El desgobierno no se expresa en el vacío, sino en la captura. No es el colapso del sistema, sino su perfeccionamiento al servicio de intereses mezquinos. Hay reglas, sí, pero no para proteger a los débiles: para blindar a los poderosos. Hay tribunales, pero operan como pasarelas técnicas del cinismo institucional. Hay fiscalizaciones, pero llegan tarde o nunca. Y hay reformas, pero son reformas que reforman lo irreformable: lo que ya ha sido entregado al deterioro sistémico.


Todo esto configura una escena desconcertante: la forma intacta y el fondo corroído. Un país donde las instituciones aún se nombran con respeto, pero ya no se creen con convicción. Donde el mérito importa menos que el contacto, y la verdad menos que la estrategia jurídica. Donde los escándalos no provocan renuncias, sino declaraciones de prensa.


La tragedia de Chile no es que no haya ley. Es que hay demasiada ley, aplicada sin alma, sin propósito, sin justicia. Una ley vaciada de bien común, al servicio de la coartada, la impunidad y el cálculo.


Y así, mientras el ciudadano común enfrenta la crudeza del sistema con la esperanza de que alguna vez funcione, otros ya aprendieron que basta con conocerlo desde dentro para hacerlo servir en su favor. En este orden del desgobierno, el abuso se regula, la injusticia se formaliza, y el saqueo se timbra.


Chile no ha perdido sus instituciones. Ha perdido el sentido de para qué existen.


Junio 2025

 
 
 

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